No ser mujer o la disyuntiva lesbiana
Por Yuderkys Espinosa Miñoso
Hace aproximadamente unas tres décadas que Monique Wittig sentenció “las lesbianas no somos mujeres” produciendo un movimiento cuyas resonancias nos llegan hasta hoy día. Si bien el destino de la frase recorrió diferentes tránsitos y recepciones a favor o en contra, lo cierto es que la misma, al tiempo que definía una identidad por oposición más que clausurar, inauguró un debate imposible de ser clausurado. Porque si las lesbianas no son mujeres una podría preguntarse a seguidas, qué son. Pregunta para la que podrían existir no pocas respuestas, ni sencillas, al menos si se asume y se sigue la tradición deconstructiva asumida por Wittig.
Este trabajo se centra, en un primer momento, en la frase de Wittig para intentar re mirar su intencionalidad política, su apuesta, y sus repercusiones más allá del sujeto lesbiano mismo; así mismo, intenta aportar a un análisis crítico que indague y de cuenta de sus limitaciones. Hay aquí algunas preguntas claves que intentaré dar respuesta: ¿De qué forma y por qué en la afirmación de Wittig se mantienen entrecruzadas una historia del género y del deseo? Asumiendo el legado wittiagniano ¿Podemos seguir afirmando que una lesbiana es una mujer que ama a otra mujer cuando en ese amar explota el sujeto de la acción? ¿O tendremos que admitir una genealogía implícita que hace posible la negación de ser algo? Si una se ve en la necesidad de aclarar que una no es una cosa es porque hay una vinculación solapada y tácita que es necesario desmentir. ¿De qué manera opera este imaginario sobre la identidad de la lesbiana?
A finales de la década del 70, hace casi 30 años, ante un auditorio perplejo Wittig concluía su presentación señalando:
“…sería incorrecto decir que las lesbianas nos asociamos, hacemos el amor o vivimos con mujeres, porque el término mujer tiene sentido solo en los sistemas de pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales. Las lesbianas no somos mujeres…”
Si bien la frase necesitó un tiempo antes de ser acogida cuando ya se habían operado cambios en la manera de comprender y acercarnos al sujeto que hacían posible su inteligibilidad, lo cierto es que desde los 90´s ésta no ha dejado de ser citada y comentada en una infinidad de ensayos y trabajos académicos, pasando a constituir una pieza clave para la teoría feminista de género, los estudios de gays y lesbianas, y la posterior teoría queer.
Acá mismo en la Argentina, en dónde se la tradujo por primera vez al español, la máxima de Wittig ha sido muy bien recibida por una parte del movimiento de lesbianas y de lesbianas feministas, así como por los estudios de género. Al menos dos de estos trabajos centran su argumento en el marco de pensamiento Wittigniano: uno es de Fabiana Tron y el otro de Paula Viturro .
Sin lugar a dudas Wittig y, particularmente, su ensayo “La Mente Hetero” ha sido frecuentemente leído y la perspectiva que ayudó a conformar desde una estrategia discursiva deconstructiva sobrepasó los límites de su propio lugar de enunciación. Es una verdadera pena, sin embargo, su poca productividad al interior del propio campo feminista, lugar desde el cual fue posible su nacimiento. Su destino ha corrido la misma suerte que el concepto, hermano, de heterosexualidad obligatoria, desterrado dentro del pragmatismo de las políticas públicas y los planes de igualdad que anulan toda posibilidad de pensamiento y praxis disruptiva.
En cuanto al feminismo lesbiano y la teoría de género habría que señalar la explosión que junto a otros textos en el mismo tenor de autoras como Butler, De Lauretis, Anzaldúa, produjo su instalación. Es imposible obviar que su recepción ha sido sin embargo conflictiva y ha producido, a mi entender tempranamente, una ruptura entre posicionamientos más apegados a la tradición identitaria que sostiene una parte del feminismo, y la irrupción de un minoritario pero fuerte impulso revisionista de la política de identidad al interior del propio movimiento y fuera de él. Lamentablemente los posicionamientos cerrados a favor y en contra han impedido, a mi entender, desarrollar un diálogo que permitiera valorar debidamente los aportes y los alcances del enunciado. Mientras, hay un grupo mayoritario de lesbianas feministas para quién el enunciado es infeliz o al menos, incomprensible. Hay un grupo minoritario, generalmente dentro o cercano a la academia, para el cual la adscripción es incuestionable.
Como es mi costumbre, mi propuesta es la de vernosla con el planteamiento fuera del lugar de la oposición o la aceptación fácil. Particularmente creo que la perspectiva wittigniana es audaz, arriesgada y provocadora. Creo que el efecto que logra va más allá del enunciado mismo y se ancla sobre el lugar de la mirada, sobre la operación misma de producción discursiva del sujeto. Justamente lo que permite desmantelar son las operaciones de naturalización en las que se ancla el binarismo de género-deseo.
En un trabajo anterior me he detenido en la cita de Wittig para afirmarla al tiempo que la cuestionaba.
En esa oportunidad señalaba que:
“…he vuelto sobre aquella frase revolucionara de Monique Wittig “las lesbianas no son mujeres”, y he llegado a la sospecha de que la misma se constituye en una afirmación tan liberadora como tramposa. Por que en todo caso, y es el dilema que encierra toda identidad, una tendría que preguntarse ¿Para quiénes no lo son y en qué contextos de poder e inteligibilidad? ¿Acaso podríamos decir que dejar de “actuar” un género, un sexo –en caso de que tal cosa sea posible- implica consecuentemente un cambio en la manera cómo el poder nos constriñe?”
Particularmente sostengo que no hay posibilidad de sujeto por fuera del discurso y del poder. La operación misma de tener que recurrir a una negación para definir a la lesbiana la une irremediablemente a aquello que niega. Implica que ésta sólo surge de la oposición a su anterior que intenta negar. La operación de negar es paradójica porque afirma al mismo tiempo que se niega algo. Decir que las lesbianas no son mujeres señala desde ya una procedencia, un lugar de partida que, al ser negado, paradójicamente reinstaura la operación de demarcación de un sujeto mujer. Lo reconfirma.
La paradoja se instituye en la recepción del enunciado. Efectivamente en quien lo escucha produce perplejidad. Cada vez que la frase la he pronunciado en ambientes donde aún no ha sido recibida, la reacción primera es la de la sorpresa. La provocación de Wittig, logra su resultado al provocar incomodidad, extrañeza, tartamudeo. Su efectividad se logra al desmantelar algo que parecía del orden de lo natural. Hasta ese momento lesbiana siempre fue “una mujer que ama a otra mujer”. En algún lugar el orden binario estaba garantizado. El binarismo de género se hallaba intacto. La mujer parecería seguir siendo una mujer aunque amara a otra. En principio parecería que la identidad no era puesta en riesgo. Las lesbianas en todo caso eran dos subalternas jugando al sexo. Al sistema sin lugar a dudas le costaba entenderlo pero al final podía con la herida. Puede llegar incluso a gozar con ella. Y sino fíjense en las imágenes de lesbianas que logran pasar la censura. La imagen de la lesbiana de la tele, de las revistas de entretenimiento es realmente patética. Aburre hasta el cansancio. Es lo más anti erótico para las lesbianas. Siempre parece que hace falta acción. La imagen señala a gritos la ausencia del hombre, la necesidad de que aparezca un deseo activo. La lesbiana del mercado queda encerrada en el género que la produce y la contiene. Y queda realmente muy mal parada.
¿Qué pasa en la cara de la gente cuando se niega esta adscripción aceptada y hasta ahora incuestionable? ¿Por qué el pánico, por qué la desfiguración? La fuerza de la frase de Wittig está en negar lo que parece imposible. Todas pertenecemos a un género (sexo), esto parecería del orden de lo dado. Cómo sería posible comprender que alguien es una extranjera de su sexo (género). Para comprender la frase hay que atravesar primeramente las paredes del edificio en el que habita nuestra comprensión del sujeto. La frase funciona como un detonante, una implosión al interior de la casa de los significantes hegemónicos. Desnudas quedamos a la intemperie: con qué miramos, desde dónde. La sensación de desnudes nos hace instintivamente intentar refugiarnos. Nos damos cuenta que alrededor solo quedan restos.
Con estos restos, sin embargo, les aseguro, se intentará recomponer lo perdido. No es exactamente lo mismo, pero tampoco deja de serlo. Si las lesbianas no son mujeres, es por que alguna vez lo fueron. La prófuga trae en los pies la tierra que habitó. Trae al nuevo territorio las cimientes de la casa antigua. La afiliación es el acto por medio del cual el poder nos reinstituye y reasigna al lugar simbólico que nos corresponde. Los afroamericanos no son africanos pero lo son. Somos sus herederos. Su hijas e hijos, su sangre. Encarnamos la amenaza de la barbarie, la herencia de lo primitivo, el triunfo de la fuerza sobre la razón. Las lesbianas no somos mujeres, pero lo somos. Lo somos justamente para el sistema de pensamiento y el sistema económico heterosexual en el que nacimos, en el que fuimos producidas. La lesbiana no puede dejar de encarnar a la mujer mítica.
Las lesbianas de carne y hueso salimos cada día a la calle y tenemos que vernosla con esta operación de asignación de identidad más allá de la autoasignación. Vayamos a dónde vayamos, unas más, unas menos, de acuerdo a nuestros posicionamientos de clase, raza, procedencia, las lesbianas somos vueltas una y otra vez a la matriz de genero, quedamos entrampadas en ese lugar de “mujer” al cual somos violentamente adscriptas todas las que así somos llamadas.
La lesbiana no es una mujer pero tampoco puede dejar de serlo. La lesbiana solo es posible de ser producida dentro de la matriz de género. Fuera de ella su existencia es imposible. En esta matriz se forma, en ella se ha producido su deseo abyecto. Sabemos también que su deseo es un anti deseo que circula como amenaza, cumple una función específica dentro de las operaciones destinadas a regular la institución de la heterosexualidad.
La lesbiana al aparecer, al hacerse visible, en algún lugar se rebela contra aquello que se le ha encomendado encarnar, el lugar de la amenaza productiva. Pero el salto ante el cual nos coloca Wittig es el de negar lo que parecería imposible. La insolencia asesta un golpe fuerte contra todo lo previsible. Cuando esta logra constituir a la lesbiana en una desheredada de su género, cuando dice que la lesbiana no es una mujer, no logra descuajarla de este lugar de sentido pero logra armar un sujeto antagonista de sí. Así pues, la lesbiana desestabiliza, pues, no sólo apareciendo, sino yendo en contra del discurso que la hace posible. La operación de Wittig es instaurar la conciencia de la paradoja en el discurso. Al enunciarlo performativamente instituye y de ahora en más que una mujer que ama a otra mujer, deja de serlo, o, al menos, lo intenta. El deseo se vuelve contra el propio sujeto que lo produce, y lo transforma al instalar una diferencia con el deseo instituido.
Qué es una lesbiana entonces? La lesbiana es un sujeto de ensayo, un punto de fuga hacia otro lugar, una intuición, una borderlands, una…estrategia? Una identidad… de paso?
La lesbiana no es una liberación, pero es su proyecto. Lo es en la medida en que ella esta dispuesta a la autoaniquilación. ¿Estamos dispuestas? La lesbiana al dejar de ser mujer corre el riesgo de desaparecer ella misma.
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¹ Ponencia presentada en las VIII Jornadas de Historia de las Mujeres, III Congreso Iberoamericano de Estudios de Género, Mesa Género, Sexualidades y Erotismo, Villa Giardino, Córdoba, octubre 2007.
² Wittig, Monique (1978) “La mente hetero”, discurso pronunciado en el Congreso Internacional sobre lenguaje moderno. Traducido por primera vez en español por Alejandra Sardá en:
www.lesbianasalavista.com.ar/lamentehetero.html .
³ “Che ¿vos te diste cuenta que sos una mujer?” Ponencia presentada en el Foro “Situación Legal de las Personas Trans en la Argentina”, septiembre 2003, Buenos Aires.
⁴ “Ficciones de hembras” Ponencia presentada en el Foro “Cuerpo Ineludibles: un diálogo a partir de las sexualidades en América Latina” realizado durante los días 4,5 y 6 de septiembre del 2003 y publicado en un libro homónimo por Josefina Fernandez, Mónica D´Uva y Paula Viturro (comps). Buenos Aires, Ediciones Ají de Pollo, 2004.
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