Una legión de lesbianas sexualizando la política

Por Yuderkys Espinosa Miñoso


Un profesor me dijo una vez que por lo regular la gente que tiene una postura de tolerancia a gays y lesbianas tienden a justificar su postura señalando que “excepto en la cama todos somos iguales”. Pero la verdad, dijo convencido, es lo contrario: quizás la cama es uno de los lugares en donde más nos parecemos. La afirmación me conmovió porque tiene la osadía de dar un puñetazo al sentido común bien intencionado, que intenta a toda costa limpiar la “diferencia” de aquello que la vuelve amenazante.

Yo no se, de hecho, si es tan cierto esto de que somos iguales en la cama –quizás a veces sí quizás a veces no- pero me parece que la astucia de la afirmación está en señalar que “ser” lesbiana –o “estarlo” de alguna manera- no consiste en definir simple y llanamente una práctica u orientación sexual, digamos que no se trata sólo de con quién te acuestas, como si ello fuera un “aspecto” de nuestra vida que no “contaminara” al resto. Para decirlo simple digamos que la lesbiana no es sólo lesbiana en la cama, lo es todo el tiempo –o debería serlo, en principio.

Habitar una identidad lesbiana referiría pues, a una forma de estar o aparecer en el mundo, a una forma de experimentarlo que nos vuelve parte de una comunidad específica, un colectivo con necesidades, intereses, espacios compartidos. Pero además, siendo que esta identidad, esta forma de vivir la vida es producto y efecto de una forma específica de opresión, la lesbiana es sobre todo una identidad política. No podemos, de hecho, separar la aparición de la lesbiana como identidad de lo que sería la aparición de ésta como sujeto político. Sólo con el cambio sustantivo en la forma de comprender la sexualidad de manera que esta pasó a ocupar un lugar central en las formas de gobernación ciudadana, fue posible la aparición de un sujeto público cuyo sentido de la acción, y por tanto de identidad, está dado desde su adscripción a una sexualidad no normativa. Digamos que llegar a comprender que la sexualidad no refiere a un ámbito particular de la vida, ni pertenece, como se nos había acostumbrado a pensar, al campo de lo privado, fue la condición para que estallaran nuevas formas de subjetividad, como la de la lesbiana, ancladas en la sexualidad como eje articulador del ser y el estar en el mundo. Esta nueva formulación de la sexualidad como campo minado por el poder y por tanto profundamente político situó indefectiblemente a las lesbianas y otras sexualidades disidentes en el espacio de lo público, entablando desde allí un diálogo y una lucha con la sexualidad normativa.

Me gusta volver la mirada a este punto para explicitar la política lesbiana como una acción que trasciende la mera exigencia de derecho a la intimidad y a la realización personal, y cuyos objetivos, no pueden limitarse a un reclamo de derecho a la diferencia o de derecho a “ser”, como parece venir perfilándose últimamente. Como ya he expresado en otras oportunidades las lesbianas no deberíamos permitirnos caer en la trampa de una política particularista en reclamo de un elemental derecho a la inclusión y al reconocimiento. No porque ello no fuera válido, como de hecho lo es para un sector del movimiento, sino porque nuestra lucha no puede dejar de vérselas con el régimen de la heterosexualidad normativa, como sistema de poder que nos engloba a todxs y gracias al cual opera la inexistencia e invisibilidad lesbiana. Olvidar que las lesbianas (in)existimos gracias a la existencia de un régimen de heterosexualidad obligatoria, en donde junto a gays, travestis, trans somos el reverso del sujeto reproductivo deseado y proyectado, olvidar que nuestra acción no puede dejar de enfrentar a este sujeto de la normatividad, que no podemos dejar de cuestionarlo, no haría sino volver inocua nuestra acción, quitarle su mayor potencia liberadora.

En estos días, próximos a la celebración del Primer Encuentro de Lesbianas de la Argentina, cuando lesbianas de todas las regiones del país vendrán por primera vez a un encuentro de este tipo, quiero aprovechar para reafirmar el carácter ineludiblemente político de este encuentro. No podría ser sino de otro modo: lesbianas celebrando su existencia debería ser la metáfora de la alegría del fin por llegar. Las lesbianas unidas no tendrían otro objetivo que el de la destitución del régimen que las vuelve imposibles y que subyuga a todas las mujeres por igual: la institución de la heterosexualidad obligatoria. Esta batalla nos hermana al resto de las mortales.

Nenhum comentário:

Postar um comentário